«Mediocridad: cualidad mediocre. Un estado intermedio entre lo bueno y lo malo. Falta de excelencia, distinción o mérito notable».
La mediocridad existe en casi todos los ecosistemas. El problema aparece cuando su peso relativo crece tanto que termina filtrándose en cada decisión, condicionando la mayoría de las acciones y marcando la pauta de toda la organización.
Hay un momento crítico en toda empresa, organización o proyecto colectivo: ese instante en el que la mediocridad deja de ser una nota a pie de página y pasa a tener la mayoría. Ese momento suele ser silencioso, pero marca el principio del fin. Cuando la mediocridad supera en número al talento, la partida empieza a estar perdida.
La comparación es sencilla: en un entorno corrupto, los que no comulgan con la corrupción acaban fuera del sistema. Aquí pasa lo mismo. El talento es incompatible con el ecosistema cómodo y autocomplaciente que la mediocridad necesita para sobrevivir. Donde manda la mediocridad, el talento molesta. Estorba y desencaja. Y tarde o temprano será expulsado.
El pulso silencioso
El problema —y la gran trampa— es que este desplazamiento no ocurre de golpe. Hay un pulso. Un pulso real entre dos grandes grupos: los que quieren que nada cambie y los que empujan para cambiarlo todo. La mediocridad siempre preferirá la inercia: procesos cómodos, resultados “suficientes” y un clima indulgente donde nadie se exija demasiado ni incomode a nadie. En ese ecosistema, la excelencia (la cual obviamente ni se persigue) es vista como amenaza y el esfuerzo como algo innecesario.
El error de inocular talento a cuenta gotas
Cuando una empresa decide introducir talento se activa el conflicto. El talento pregunta, cuestiona, incomoda. El talento pide contexto, pide rigor, pide recursos, pide resultados. Y eso incomoda profundamente a la masa instalada que prefiere seguir viviendo de la tolerancia mutua.
Por eso hay una regla simple: nunca inocules talento en solitario. Poner a una persona brillante en un mar de mediocridad es un favor a la propia mediocridad. Sus anticuerpos están muy entrenados: detectan rápido a quien les recuerda que se puede (y se debe) hacer mejor. Y se organizan para que no continúe -si puede lograrse con una baja voluntaria, mejor.
Cómo se gana (o se pierde) la partida
La única forma de romper esta dinámica es inocular talento en número suficiente para que el pulso se incline hacia el lado correcto. No se trata de despedir de golpe a todos los mediocres.
«Se trata de instaurar un estándar de exigencia, de rigor y de resultados tan claro que quienes no estén dispuestos a subir el nivel terminen yéndose solos o queden en evidencia. La consecuencia final es obvia: los que no estén a la altura, se irán o serán desplazados. «
Pero la intención no es expulsar por expulsar. La intención es revertir dinámicas ineficientes que penalizan el negocio y ahogan a los que sí quieren aportar.
La «vieja guardia» de la mediocridad tiene sus armas
La vieja guardia: ese bloque que, cuando ve amenazado el statu quo de la mediocridad, se revuelve y actúa como dique de contención. Su instinto es claro: defender el ecosistema cómodo y aplastar cualquier insurgencia que suponga la entrada de talento que cuestione inercias o exponga la falta de exigencia.
Nunca hay que menoscabar a la vieja guardia. Sigue teniendo fuerza y recursos, y conoce los entresijos de la organización tras muchos años atornillada a ella. Se volverá más agresiva cuanto más cerca vea la amenaza de su sustitución.
Ese pulso es decisivo. Sea quien sea el ganador, marcará la cultura, la energía y el rumbo futuro de la organización. Para bien o para mal. Por eso la próxima vez que alguien diga que basta con fichar “un crack” para transformar una empresa, recordémosle que uno solo no hace nada si no hay masa crítica para sostenerlo. La mediocridad siempre gana cuando el talento entra solo.
No se trata de poner parches. Se trata de blindar un entorno donde el talento no solo entre, sino que se quede, crezca y contagie. Si no hay número suficiente para hacer palanca, la organización no cambia: se defiende, se protege y expulsa lo que incomoda.



