Cuándo deja de ser una startup una startup?
El término startup es una etiqueta tan extendida como difusa. La usamos para referirnos a empresas jóvenes, tecnológicas, ágiles, disruptivas… o, simplemente, que aún no ganan dinero. Pero ¿dónde trazamos la línea? ¿Cuándo una startup deja de serlo y pasa a ser, sencillamente, una empresa?
La respuesta no es tan obvia como parece, y depende de qué queramos medir: ¿la edad, el tamaño, la rentabilidad o el nivel de incertidumbre?
Este post es una continuación de Startup vs Empresa, donde inicié la reflexión sobre las diferencias entre ambos conceptos. En esta ocasión, profundizo en los criterios que pueden ayudarnos a determinar cuándo una startup deja realmente de serlo
El criterio financiero: la madurez de los números
Uno de los indicadores más comunes es el flujo de caja positivo. En teoría, cuando una empresa logra generar más efectivo del que consume, deja de depender de rondas de inversión para sobrevivir.
Pero hay matices. Amazon, por ejemplo, tardó más de ocho años en alcanzar un flujo de caja operativo positivo. ¿Significa eso que durante todo ese tiempo seguía siendo una startup? Si miramos su ambición de crecimiento, su nivel de reinversión y su dependencia de capital externo, podríamos decir que sí. Pero si atendemos a su escala —ya era una multinacional cotizada—, cuesta mantener esa etiqueta.
El flujo de caja, por tanto, es un buen punto de referencia, pero no suficiente. Una empresa puede ser rentable y seguir actuando como una startup en términos de riesgo, cultura o estructura.
El criterio de crecimiento: de la fase exploratoria a la de ejecución
Steve Blank, uno de los padres del pensamiento lean startup, define una startup como “una organización temporal en busca de un modelo de negocio repetible y escalable”.
Siguiendo esa lógica, el momento en que una empresa encuentra ese modelo —es decir, cuando deja de experimentar para dedicarse a ejecutarlo— marca el cambio de etapa.
Glovo, por ejemplo, podría considerarse una startup hasta 2020-2021, cuando alcanzó escala internacional, consolidó su modelo logístico y comenzó a operar bajo estructuras corporativas más estables (y más reguladas). Desde entonces, sigue siendo joven, pero ya no está “buscando” su modelo: lo está explotando… aunque sujeto a múltiples tensiones, siendo las más relevantes el marco legal y la necesidad de contraer el número de competidores (demasiados players en el sector penalizan la ansiada rentabilidad).
En cambio, hay empresas con años de historia que siguen mereciendo la etiqueta de startup porque todavía no han validado ni su propuesta de valor ni su camino hacia la rentabilidad. La edad, por tanto, tampoco es un factor decisivo.
El criterio organizativo: cultura y estructura
Otra forma de medirlo es por dentro.
Una startup suele definirse por su cultura de velocidad, su tolerancia al error y su estructura flexible, donde los roles se mezclan y las jerarquías son difusas.
«Cuando la organización empieza a consolidar procesos, políticas internas y estructuras de control —no por burocracia, sino por necesidad de estabilidad—, está dando el paso de ‘startup’ a ‘empresa’.»
Spotify, por ejemplo, mantuvo durante años una cultura de tribus y squads, símbolo de mentalidad startup. Hoy sigue innovando, pero su estructura y gobernanza son las de una compañía global. La cultura se adapta a la escala.
El criterio del mercado: percepción y narrativa
Curiosamente, el mercado (y los medios) también influye.
Llamar startup a una empresa sirve como una especie de escudo semántico. Permite cierta condescendencia: si aún es una startup, se le perdonan pérdidas, caos operativo o falta de foco, bajo la promesa de un futuro brillante.
Sin embargo, los inversores no son (normalmente) tan indulgentes. Cuando el capital empieza a exigir rentabilidad o previsibilidad, el discurso cambia. Y en ese momento, aunque la empresa siga creciendo rápido o mantenga una estética “startup”, el juego es otro.
Entonces, ¿cuándo deja de serlo?
Si tuviéramos que sintetizarlo, podríamos usar una combinación de 5 indicadores clave: Financiero, Modelo de Negocio, Organización, Cultura y Mercado. En la siguiente tabla se muestra cada uno de ellos junto con el umbral de madurez que les asignamos:

Si cumple tres o más de estas condiciones, probablemente ya no hablamos de una startup, sino de una empresa en expansión (scale-up) o en consolidación.
Más que una etiqueta
Quizá lo relevante no sea tanto decidir cuándo deja de ser una startup, sino entender qué implica seguir llamándola así.
A veces, la etiqueta se usa como excusa para justificar ineficiencias o decisiones inmaduras. Otras, como bandera cultural para no perder la agilidad. En ambos casos, la cuestión de fondo es la misma: el equilibrio entre ambición y responsabilidad.
Porque, startup o no, llega un momento en que las cifras dejan de ser promesas y tienen que empezar a sostenerse solas.



